La gestación de una idea Después de terminar Dr. Strangelove (¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, 1963), una comedia glacial pero irresistible sobre los alegres comienzos del fin del mundo, varias ideas obsesionaban a Stanley Kubrick. Como era habitual en él, se había documentado muy a fondo para realizar esta película, hipótesis de la catástrofe que podría desencadenar un ataque nuclear de los EE.UU. a la URSS -daría los mismo si fuese al revés- iniciado por error o locura. La lectura de docenas de informes militares y de cientos de obras de divulgación científica le hizo darse cuenta, no sin inquietud, de la barrera que separaba la ciencia del ciudadano común, cada vez más alejado de informaciones decisivas para su destino y posible supervivencia. Al mismo tiempo, le intrigaba el interrogante de si existían otras civilizaciones más desarrolladas que la humana fuera de la Tierra y de la posibilidad de que, en algún momento, hubiesen intentado comunicarse con el hombre. En su mente esas nociones trataban de materializarse en forma de película. El azar hizo entonces que cayese en sus manos un cuento de Arthur C. Clarke, un popular escritor de ciencia-ficción, publicado en 1950 y que se titulaba El centinela. En ese cuento, un geólogo -o selenólogo, como él mismo se define- descubre en la Luna una enigmática estructura en forma de pirámide y llega a la conclusión de que es un vigilante, colocado allí por alguna civilización avanzada para advertir de los progresos de la raza humana en la exploración espacial.
Durante más de un año, Kubrick y Clarke trabajaron conjuntamente para convertir El centinela en una novela, y luego en un guión. Todo eso requería mucho tiempo, un ingente trabajo, numerosos colaboradores, una documentación más que copiosa y un enfoque completamente nuevo de los efectos especiales. En otras palabras, mucho dinero. Pero la idea era sumamente atractiva de cara al público, y Dr. Strangelove había causado una profunda impresión inter- nacionalmente. Así que la poderosa MGM, que ya había distribuido otra polémica realización de Kubrick, Lolita (Lolita, 1962), decidió correr el riesgo. Compró el guión, que entonces se titulaba Viaje más allá de las estrellas, y se hizo cargo de la producción. Como Kubrick residía en Londres, se convino que la filmación se efectuaría en los estudios que MGM poseía entonces en Borenham Wood. Y el consejo de administración de la compañía aprobó un presupuesto de 6 millones de dólares, elevado con relación a las producciones medias de MGM, pero ajustado a la envergadura de la película, que se rodaría en 70 mm para su exhibición en Cinerama. J. Batlle Caminal |
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